Los Herrera, carpinteros de ribera de Valle Guerra.
El “Celso”, folio 3293, construido por don Antonio
Herrera Díaz en 1961 para un armador de San Andrés. Archivos de la Capitanía
Marítima de Santa Cruz de Tenerife.
La actividad pesquera en la costa norte de
Tenerife se remonta varios siglos atrás. Desde entonces las embarcaciones
pesqueras de la zona, denominadas principalmente, y de un modo genérico, como
barquitos o botes, faenaban cercanas a la costa (o no tanto, dependiendo del
tipo de pesca) propulsadas principalmente por la vela latina y por los remos,
indispensables para salir a la mar y varar posteriormente, pero también para
recorrer grandes distancias a falta de viento.
El norte de la isla de Tenerife y su extenso
litoral se puebla de pequeñas playas, abrigos y refugios naturales que facilitaban
la entrada y salida de embarcaciones en una mar abierta al alisio del norte y
noreste. Siempre existía el peligro de que la mar, en un recordatorio de
lejanas borrascas mucho más al norte de nuestra latitud, nos dificultara la
salida a la mar y peor aún, arruinara el retorno con el preciado tesoro a
bordo, la pesca, medio de subsistencia para muchos habitantes del norte.
Aunque situada la costa a barlovento, la
orografía de la isla apantallaba el viento (excepto, quizás, en las puntas, los
extremos de la misma, dependiendo siempre de la dirección del mismo) y hacía
que las duras condiciones se atenuaran ligeramente, permitiendo una actividad
más o menos regular, interrumpida por los días de temporal y por la temible mar
de fondo en la orilla, frecuentes sobre todo en invierno.
Aparte de los puertos principales en la
costa, el de la Orotava o La Cruz y el de Garachico, las pequeñas caletas o
caletones a lo largo de toda la costa sirvieron como refugios, humildes, de
donde partían los pescadores a realizar sus faenas diarias, siempre que el
tiempo lo permitía. Las embarcaciones necesariamente, y en general, debían ser
pequeñas, aunque algunos barcos de pozo alcanzaron 10 metros o más, sobre todo
los que tenían base en el Puerto de la Cruz.
En un entorno rural de la isla de Tenerife,
en Valle Guerra, la familia Herrera se fue especializando en la construcción de
embarcaciones, hasta ser los principales carpinteros de ribera de la zona. Alejandro
Rodríguez Buenafuente, en su artículo “Los carpinteros de barcos en Tenerife,
(I)”, incluye a la saga en el “tipo de carpinteros cuya estrategia se basaba
en una producción amplia y poco diversificada, generalmente en pequeñas
empresas familiares”.
Fue don Francisco Herrera Romero quién, desde
finales del siglo XIX, empezó a construir embarcaciones de 3 a 4 metros de
eslora de modo autodidacta, cuatro o cinco pequeños botes1. Su hijo,
don Matías Herrera Barbuzano, que era marinero, adquirió los conocimientos de
su padre y en invierno, cuando no se dedicaba a trabajar en la pesca, recibía
encargos para construir pequeñas embarcaciones pesqueras. Los encargos
provenían de distintos puntos de la geografía insular y pronto sus
construcciones fueron reconocidas por los armadores y en algunos casos se
requirieron sus servicios para completar barcos de mayores dimensiones, barcos
de “pozo”.
La técnica de construcción era la habitual en
la época para pequeñas embarcaciones, sin planos, el carpintero de ribera
confecciona plantillas de los elementos de la columna vertebral del bote,
quilla y rodas y de las secciones maestras (en el centro de la embarcación,
normalmente usaban dos) además de cuadernas (tercios) de proa y de popa, todo
ello para conformar el resto del casco.
La condición de pescadores y constructores de
los Herrera les facilitó evolucionar los cascos, todo con el fin de adaptarlos
a las labores pesqueras requeridas y en las condiciones meteorológicas y de
operatividad que se encontraban en la isla de Tenerife, por ejemplo, para
facilitar la entrada y la salida de los caletones, o para hacerlos más o menos
eficientes dependiendo del tipo de propulsión mayoritariamente utilizada, vela
o remos, etc.
De este modo, la experiencia, esa suerte de “ensayo
y error”, dictaba desde las formas de la carena y sus proporciones, hasta cada
detalle constructivo de la embarcación, la calidad del trabajo y la
satisfacción del propietario redundaba en la fama que adquirieron los Herrera
como constructores y en el mayor número de pedidos que posibilitaría el
mantenimiento de una actividad estable hasta bien entrado el siglo XXI.
La cartilla de trabajador de la mar de don
Matías Herrera Barbuzano, pescador y carpintero de ribera. Cortesía de David
Herrera Prendes.
Arriba: Inscripción en la lista novena (nuevas
construcciones) del bote o barco de pozo “Marina”, de 9.5 metros de eslora, construido
en Valle Guerra por Matías Herrera (Barbuzano). 1947. Archivos de la Capitanía
Marítima de Santa Cruz de Tenerife. Abajo: La embarcación “Marina”, en el
Puerto de La Cruz. 2018. Foto Daniel Rodríguez Zaragoza. David Herrera Prendes
comenta que sustancialmente sólo se ha modificado en la embarcación la regala, extremo superior
del casco y los elementos necesarios para albergar el motor y los equipos de
comunicaciones y navegación.
El hijo de don Matías Herrera Barbuzano, don
Antonio Herrera Díaz, llevó la producción y el prestigio de la saga a más altos
niveles, dedicándose de un modo estable a la construcción naval durante
prácticamente toda su vida laboral. Durante años compartíó la responsabilidad
de las construcciones con su padre. Los inicios eran duros y una vez concluido
el servicio militar, aunque le ofertaron un trabajo en la refinería y pudo ser
marinero y dedicarse a la pesca, don Antonio tuvo claro que su futuro estaba
entre azuelas y garlopas y que el olor a madera le acompañaría durante toda la vida. Después
de la Guerra Civil ni existía disponibilidad de madera de ligazón ni siquiera
existía clavazón resistente a la corrosión, el ingenio y el tesón del
carpintero de ribera le llevó a comprar, y a aprovechar como ligazón, varios
estéreos de madera para leña o a galvanizar el mismo los clavos de acero.
La azuela como extensión del carpintero de
ribera. Don Antonio Herrera Díaz. Foto cortesía de David Herrera Prendes.
Fueron muchos los barcos construidos
siguiendo las técnicas tradicionales, sin planos, como el reconocía, porque
suplía los mismos con su vasta experiencia como constructor y su conocimiento
no sólo de la mar sino de los gustos de los armadores.
Algunas embarcaciones pesqueras que realizaba
eran humildes, pero pronto crecieron en tamaño, sobre todo aquellas que se
dedicaban a la pesca de los túnidos, no sólo a la pesca demersal costera.
Don Antonio
vivió y adaptó sus embarcaciones a la creciente utilización de motor
propulsores diesel, y modificó las embarcaciones para que fueran eficientes
navegando con propulsión mecánica sin perder las necesarias características que
debían tener las pequeñas embarcaciones para poder trabajar en sus respectivas
zonas de pesca. Las cifras de construcción de don Antonio eran importantes,
recibiendo muchos encargos de toda la isla de Tenerife e incluso de otras
islas, recordando hacer en un año más de 20 botes para San Andrés.1
El “bote de pesca”, según rezaba en la
inscripción oficial, “María Isabel”, folio 3250 de la tercera lista de Santa
Cruz de Tenerife, construido por don Antonio Herrera Díaz en 1960 para un
armador de Santa Cruz de Tenerife. Archivos de la Capitanía Marítima de
Santa Cruz de Tenerife. David Herrera Prendes, nieto de don Antonio, reconoce
en los detalles las características que definen los barcos de su familia, las
líneas, la forma de la roda de proa, la hechura de los capillos, la posición de
las malaguetas, la pintura de media luna de los bancos, y un sinfín de detalles
que los hacen reconocibles para sus ojos, transportándolo a otro tiempo, una época
en los que la pesca artesanal y la carpintería de ribera representaba el medio
principal de subsistencia para muchas personas en el norte de la isla.
Imágenes de la saga Herrera
construyendo el “San Carlos”, de 12 metros de eslora, en el entorno rural de Valle
Guerra; la carpintería de ribera como juego, un buen método de aprendizaje.
Fotos cortesía de David Herrera Prendes.
Don Antonio Herrera Díaz. Artículo del
periódico Jornada, en el que en el siglo XX ya se alertaba de la posibilidad de
desaparición de la carpintería de ribera. Cortesía de David Herrera Prendes.
Autorización para realizar una
embarcación de pesca artesanal denominada “Salvador”, concedido por la
Autoridad de Marina a don Antonio Herrera Díaz. 1980. Cortesía de David
Herrrera Prendes.
Los Herrera no sólo construyeron
embarcaciones pesqueras, en la foto una falúa de recreo preparada para salir
del solar de Valle Guerra. Foto cortesía de David Herrera Prendes.
Durante muchos años convivieron construyendo
embarcaciones don Antonio Herrera Díaz y su hijo don Antonio Herrera Rivero, en
1987 este último empezó la fabricación de embarcaciones en poliéster reforzado
con fibra de vidrio, realizando varios moldes para producir pequeñas
embarcaciones de recreo, continuando su actividad hasta bien entrado
el siglo XXI, hasta 2014.
Embarcación construida por Don
Antonio Herrera Rivero al acabar el Servicio Militar, en 1975. Foto cortesía de
David Herrera Prendes.
David Herrera Prendes, hijo de
don Antonio Herrera Rivero, aprendió las técnicas y conocimientos necesarios
para construir embarcaciones de mano de su abuelo en primer lugar y de su
padre, posteriormente. Su primer barco lo completó a la temprana edad de 14
años, bajo la atenta supervisión de su padre, aunque fue en 1998 cuando empezó
a realizar embarcaciones sin la ayuda o el control paterno. David heredó la responsabilidad de
continuar con la tradición familiar, construye únicamente en madera y es un
reconocido constructor naval y artesano en la actualidad.
La calidad de los trabajos de la
familia Herrera está ampliamente reconocida en la isla de Tenerife, aún hoy en
día David recibe encargos para revisar embarcaciones construidas por su abuelo
y se sorprende del perfecto estado de mantenimiento de las mismas, prueba no
sólo del cuidado de los armadores sino también de la calidad de los materiales utilizados
y de las técnicas empleadas en la construcción.
Recuerdos de tiempos pasados y de
una saga de carpinteros de ribera que prolonga su actividad durante más de un siglo.
Instalaciones de David Herrera Prendes. Foto Daniel Rodríguez Zaragoza.
Don Antonio Herrera Díaz, su hijo
don Antonio Herrera Rivero y el joven David Herrera Prendes. La familia Herrera
es un ejemplo de como la transmisión de conocimientos de abuelos o padres a
nietos o hijos es fundamental para el mantenimiento de oficios tradicionales
como es la carpintería de ribera, pilar fundamental de nuestro patrimonio
marítimo. Foto cortesía de David Herrera Prendes.
Daniel Rodríguez Zaragoza.
22.07.2019.
Agradecimientos:
A David Herrera Prendes, sin su
aportación no hubiera sido posible la realización de este artículo.
Al personal de la Capitanía
Marítima en Santa Cruz de Tenerife.
Notas:
1 Periódico “El Día”,
de 18 de diciembre de 1984. Cortesía de David Herrera Prendes.
Bibliografía:
Alejandro Rodríguez Buenafuente. “Los
carpinteros de barcos en Tenerife, (I)”. Revista el Pajar. Cuaderno de
Etnografía Canaria. II Época. Nº7, Agosto 2000. Asociación Cultural “Día de las
Tradiciones Canarias”.
Alejandro Rodríguez Buenafuente. “Los
carpinteros de barcos en Tenerife, (II)”. Revista el Pajar. Cuaderno de
Etnografía Canaria. II Época. Nº8, Marzo 2001. Asociación Cultural “Día de las
Tradiciones Canarias”.
Archivos de la Capitanía Marítima de Santa
Cruz de Tenerife.
Jable. Hemeroteca digital de la Universidad
de Las Palmas de Gran Canaria.
Anexo:
Breve descripción gráfica de la construcción actual
de embarcaciones de David Herrera Prendes.
La construcción de la embarcación
empieza con la confección de las piezas que forman la columna vertebral de la
misma, de acuerdo con las plantillas que se guardan para la obtención de su
forma y previa preparación de la madera para la ejecución de las mismas. En la
foto se ve la quilla del bote, David prepara un pequeño canal para que pase el
agua por debajo de los elementos transversales de refuerzo, las cuadernas.
David emplea maderas de máxima
calidad y adecuadas para cada pieza o función en la embarcación.1
Los extremos se conforman, en
proa, con las rodas de proa, que tiene el ancho y el grueso necesario y la
forma obtenida a partir de la plantilla. En la foto se ven dos rodas en
preparación, el alefriz (ensanque2), o entalladura que se observa,
permitirá el encaje de las tablas de forro en las mismas. El uso de herramientas
tradicionales en ciertas fases de la construcción, como el gramil (para marcar)
y la azuela (para labrar) se mantiene como antaño, sin embargo, David también
utiliza en la construcción herramientas modernas que facilitan el trabajo,
mejoran los acabados y acortan los tiempos de ejecución.
La popa se configura con tres
piezas principales, el codaste, la gambota y la roda de popa. Todas las piezas
se conforman manualmente con sus respectivas plantillas y llevan sus espigas,
cajeras y entalles para permitir que se ajusten las unas con las otras. Las
técnicas de ensamble de madera son aquellas que David aprendió de su familia.
La
quilla se prepara para recibir las piezas que forman los extremos de la
embarcación, utilizándose los métodos más ortodoxos en la carpintería de ribera
tradicional, en la proa, arriba en la foto, el empalme en “rayo de júpiter”
para recibir a la roda de proa, y abajo, la unión de quilla con la roda de popa
con un empalme similar (incluso se observa la cuña de ajuste), mostrando la
cajera para la espiga del codaste y estando la quilla ya rebajada para dar
forma al “puente” y proveer suficiente hueco para la hélice. Los modernos adhesivos y
el uso del acero inoxidable para los pernos de unión de las distintas piezas
aseguran la durabilidad de las uniones.
Con todas las principales piezas
que forman la columna vertebral de la embarcación ya terminadas se procede a su
ensamblaje cuidando con especial esmero la correcta alineación del conjunto, se
tira un cordel entre el centro, en la crujía, de las rodas y con un plomo se
verifica que la crujía marcada en la quilla coincide con aquellas.
Las piezas que darán forma al
puente y permitirán el paso de la hélice se unen entre sí con sistemas
tradicionales. La precisión y el detalle es fundamental para asegurar la
eficiencia estructural del conjunto, un taco en la popa – a proa del codaste -,
se emplea en los finos para dar forma al casco donde no existe espacio para
ubicar las cuadernas.
Las plantillas, valor preciado de
los carpinteros de ribera, y fruto del conocimiento y experiencia del
profesional, se emplearán para dar forma a las cuadernas. Las dos maestras que
utiliza David, además de los tercios de proa y de popa se utilizan en esta fase de la construcción para dar
forma a toda la embarcación. La variación de la posición longitudinal y vertical de las mismas
servirá para establecer diferencias
entre distintas construcciones.
Ya con los tercios y las dos
maestras ya cortadas - todas constituidas por dos brazos o maderos (dadas las
pequeñas dimensiones de la embarcación) y un plan que los embrazan -, se
procede primero a disponer los tercios y después de subdividir el espacio entre
ellos, con el fin de disponer las dos maestras, fijándolas en las posiciones previamente
elegidas sobre la estructura ya creada.
Una vez ajustada toda la
estructura, y principalmente las cuadernas, a "escuadra" (o también balanceadas,
niveladas y salabeadas), se fija perfectamente la misma para impedir su
movimiento. En la imagen se muestra como a partir de las costillas iniciales
citadas, y después de utilizar las armaderas o almaderas (David emplea el
término envarillar2 la embarcación), se utilizan estos listones (o
“fasquías”2), para obtener las formas del resto de las cuadernas,
estando ya definida la clara, el espaciado entre los refuerzos transversales. En la foto se muestra,
con el fin de que se aprecie bien, como se han obtenido todos los brazos de las
cuadernas de una banda a partir de las fasquías dispuestas de modo
perfectamente simétrico, en una banda y en otra. A las distintas cuadernas se les ha dado el escantillón necesario, de acuerdo con los cánones clásicos de la carpintería de ribera.
La embarcación ya muestra toda
sus costillas o cuadernas en posición, las mismas tienen las ventreras o
traviesas2, pieza transversal provisional superior, que facilitará
su alineación y fijará los brazos en la dimensión transversal, manga, deseada.
Con todas las cuadernas en su
posición, se procede a retirar una armadera de cada banda y sustituirla por una
tabla de costado, que llegará de proa a popa, fijándose a cada madero y a las
rodas de proa y popa, al ajustarse perfectamente en los ensanques o alefrices.
Con una tabla en cada banda amarrando
el conjunto, se procede a disponer los albazules, piezas que limitan los
tanques (volúmenes) de los extremos, también llamados leitos, reforzados por
las curvas o curvatones que se observan en la foto en cada banda, y las cerretas, que se fijan a los maderos y serán el refuerzo interior longitudinal del casco
sobre el que apoyarán los bancos. Por último, se preparan y se instalan, al
menos en este caso, las distintas piezas que conforman la tapa de regala, extremo
superior del casco en las bandas.
Para facilitar la disposición de
las tablas del forro y con el barco más “amarrado”, se tumba. El entablado se
realiza siguiendo las técnicas tradicionales, combinando la utilización de
herramientas modernas con las técnicas clásicas de carpintería de ribera, como
es el frasquiado o faquiado, y el empleo de herramientas tradicionales para que
el ajuste entre las distintas tablas sea perfecto y admita mejor el calafateo (la falsa escuadra para dar el “tiro” necesario a los cantos
de las tablas, más conocida localmente como zulta o sulta2).
Una vez el casco entablado se
procede al calafateo de las juntas entre las tablas, con hilo o estopa de
algodón, utilizando para ello los hierros y la maza de calafate, herramientas
indispensables para hacer el trabajo de un modo tradicional, cubriendo el trabajo
con materiales más modernos, por ejemplo, con resinas epoxídicas mezcladas con
cargas como el serrín. A la madera se le da la necesaria imprimación para
protegerla y por último se aplican recubrimientos compatibles de acabado
dándole el color final al casco que solicita el armador3.
Con el casco terminado ya sólo
queda entablar las pequeñas cubiertas de los extremos, que forman los “leitos”,
junto con los mamparos verticales (a veces los armadores prefieren no disponer el de la proa, como se ve en la foto), ubicar los bancos,
construir el timón, que se colgará de la roda de popa, la caña del mismo, los
remos, y si la embarcación tiene el motor disponer sus apoyos, realizar una
encajonada que lo proteja, alinearlo y completar las instalaciones necesarias
para su perfecto funcionamiento. El trabajo se termina dando imprimación a
todas las piezas y recubriendo las mismas con una pintura de acabado a la que
se le añade la carga necesaria en el caso de que se desee que la misma tenga el
carácter de antideslizante.
Daniel Rodríguez Zaragoza.
20.07.19.
Fotos del Anexo: David Herrera
Prendes.
Notas al Anexo:
1 El empleo de maderas
para la construcción de las distintas piezas de la embarcación durante toda la
historia de la familia Herrera ha seguido las circunstancias de su época, desde
el empleo casi exclusivo de madera local, por ejemplo ligazón de árboles locales
de laurisilva y pino canario, que suponemos para el siglo XIX, a las carencias
citadas en el artículo en los años de la Guerra Civil y posteriores, pasando
por una mayor disponibilidad de maderas importadas a finales del siglo XX,
hasta al estricto control de la producción de la madera y su menor escuadría en
la actualidad. Ya a mediados del siglo XX, don Antonio Herrera Diaz refería al
uso del laurel de indias, plátano, olivo, castaño, etc. como ligazón y al
empleo de maderas importadas, para el forro y piezas estructurales, morera, pino
finlandés, caoba y obeche. David emplea maderas importadas casi en su localidad, en
función de los distribuidores y de los gustos de los armadores, ya sea blanca o
de color.
2 En mis
conversaciones con David, refiere a algunos términos que no son los
genéricamente conocidos para la construcción naval tradicional, en España o
incluso en Canarias, sino que se aplican localmente en el norte de Tenerife,
siendo los utilizados por la familia Herrera, entre los mismos nos encontramos
ensanques, traviesas, el envarillado o la sulta. Respecto al empleo del verbo
“envarillar”, proviene de la utilización en el pasado de varillas o vergas
(alambre de metal de suficiente diámetro y una “flexibilidad” adecuada) para
obtener las formas de las cuadernas una vez dispuestos los tercios y las
maestras.
3 Don Antonio Herrera,
abuelo de David, pintaba los barcos de acuerdo con los colores indicados la
Autoridad Marítima de la época, mediados del siglo XX. De acuerdo con el
maestro, los colores a pintar variaban dependiendo del caletón, puerto base o
refugio desde el que salía la embarcación (por ejemplo, los botes de Puerto de
La Cruz eran blancos con una línea azul; los de Valle Guerra azules la obra
viva y sobre la flotación blancos con una línea roja; los de Punta del Hidalgo,
rojos la obra viva, blancos sobre flotación con una línea azul). Hoy en día no
existe restricción alguna sobre los colores del casco en los barcos de pesca.
Agradecimientos:
A David Herrera Prendes. https://www.facebook.com/construccionesnavalesenmaderaCNM/
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