Cuando cruzar el Atlántico no era un juego de niños.


Filmando a John Fairfax en el Puerto de La Luz. Foto de la colección de Juan Garrido López.

John Fairfax. 1969.

Corría el año 1969 y era habitual la presencia de yates de recreo que cruzaban el Atlántico en el fondeadero frente a la playa de las Alcaravaneras, cerca del Club Náutico.

En una Europa ávida de aventuras resurgiendo de la posguerra, se popularizó la navegación en solitario, principalmente a vela, no obstante, un inglés llamado John Fairfax tenía el sueño de cruzar el Atlántico a remo, hazaña que sólo habían logrado hasta entonces dos noruegos, George Harbo and Frank Samuelsen, nada menos que en 1896, y John Ridgway y Chay Blyth, ingleses, en 1966, de oeste a este. Nadie hasta entonces había cruzado el Atlántico de este a oeste y menos en solitario. El británico decidió que el punto de partida de tan singular aventura fueran las Islas Canarias y en concreto Gran Canaria.


Fairfax amarrando el bote “Britannia” a una boya situada cerca del Arsenal de Las Palmas. Foto de la colección de Juan Garrido López.


La travesía que pretendía realizar John Fairfax pronto atrajo el interés de los medios de comunicación. En Canarias fue “El Eco de Canarias” quién le dedicó un seguimiento especial a la aventura del británico, aunque la exclusiva para el Reino Unido la tenía el rotativo "Daily Sketch", patrocinadores del viaje.

Fairfax se autodefinía como un aventurero profesional y tuvo una intensa vida hasta su llegada al Reino Unido. En una entrevista realizada por Pedro González Sosa, periodista del rotativo canario, explicaba con detalle sus peripecias vitales, principalmente desarrolladas en Sudamérica (su madre, inglesa, vivía en Argentina). Finalmente, después de varios años de búsqueda, John Fairfax encontró financiación y mando a construir el bote, de 7 metros de eslora y 1.8 metros de manga. 




El “Britannía” remolcado en la bahía de Las Alcaravaneras. Foto de la colección de Juan Garrido López.

John pudo empezar su travesía en un barco diseñado por el famoso e innovador arquitecto naval inglés Uffa Fox, un barco autoachicable y autoadrizable, toda una novedad en aquellos tiempos que Fairfax ensalzaba. El bote se bautizó como “Britannia”.


Llevaba comida deshidratada para 120 días y 20 galones de agua (76 litros), aunque pensaba completar la travesía en 90 días. Además, el remero británico montó una radio de largo alcance de la marca Marconi en su embarcación. Las comunicaciones quedarían aseguradas con una antena telescópica que podía llegar a una longitud de 9 metros.


El “Britannia” en el varadero del Real Club Náutico de Gran Canaria. El Eco de Canarias. 19 de enero de 1969. Jable. Hemeroteca Digital de la ULPGC.

John Fairfax estableció como base para preparar su viaje el Club Náutico de Gran Canaria y accedió (según la prensa) a realizar una botadura simbólica del barco con ron e incluso llevar a bordo una botella de Ron Guajiro Etiqueta Negra.

El 18 de enero se hacía un cóctel de despedida, al que asistió el director del hotel Las Caracolas, Don Salvador Moret, que se vinculó activamente con el proyecto. Al día siguiente, domingo, llegó a la playa de San Agustín el “Britannia”, remolcado desde el Puerto de La Luz por un yate americano y allí quedó fondeado hasta que, al día siguiente, el lunes 20 de enero a las 10.30 horas, tal y como escribió en la arena dorada de la Playa de San Agustín, Fairfax partía para su aventura trasatlántica.


El Eco de Canarias. 21 de enero de 1969. Jable. Hemeroteca Digital de la ULPGC.

Después de quedarse atrapado por las calmas al sur del Hierro, con vientos desfavorables, durante unos 40 días, ser atacado por un tiburón, ser ayudado y avituallado y hasta embarcarse en algún mercante para ducharse, el remero llegaría a las costas de Florida después de 180 días (el doble de lo que él estimaba), no sin antes haber hecho una pequeña escala, 20 días antes en Cay Verde, en las Bahamas.

Fairfax, primera persona en cruzar el Océano Atlántico a remo, en solitario, tuvo el detalle de volver a Gran Canaria en diciembre de 1969 para agradecer a los canarios el trato y la ayuda recibida en las islas.

Sidney Genders. 1969.

Según Sidney Genders, su llegada al Puerto de Las Palmas fue inadvertida, el día 18 de noviembre de 1969. Probablemente llegó un día de viento de sur porque no pudo desembarcar a tierra en la playa de las Alcaravaneras debido al oleaje (en aquellos tiempos la bahía no se encontraba tan protegida como ahora) y optó por amarrarse a una goleta que se hallaba fondeada en los alrededores entablando relación con los tripulantes de otros yates.

Al contrario que Fairfax, Genders llegó remando a las Islas Canarias, después de 68 días de travesía desde el Reino Unido, su país de origen, su destino era cruzar el Atlántico.

El barco de Sidney Genders, llamado “Khaggavisana” tenía un diseño parecido al de un “dory”, rememoraba aquellas embarcaciones menores de origen portugués que se usaban como auxiliares de los barcos pesqueros de altura. El barco se construyó en el Bradford Boat Yard en contrachapado marino de caoba y apenas tenía 6 metros de eslora. Su francobordo era escaso para disminuir la resistencia al viento.


El “Khaggavisana” de Sidney Genders no tenía mucho que ver con el “Britannia”. En la imagen se observa en la bahía del Puerto de La Luz. Foto de la colección de Juan Garrido López.

El periódico “El Eco de Canarias” de 28 de diciembre de 1969 se hacía eco de la aventura después de la partida de Genders. Sidney tenía 50 años cuando realizó su aventura, siendo creyente en el budismo no podía matar ningún animal, por lo que no pescaría a bordo, un hándicap adicional teniendo en cuenta la duración de la travesía. 


Detalles del “Dory” de Sidney Genders. Foto de la colección de Juan Garrido López.

El remero partía del Puerto de La Luz el día de Navidad de 1969, después de haber embarcado a bordo de su pequeña embarcación de 6 metros de eslora (20 pies) nada menos que 310 litros de agua, 318 kilogramos de comida (raciones individuales de tipo militar) y 91 kilogramos de equipos, material que llegó a Gran Canaria desde el Reino Unido en un avión de línea regular, aunque afirmó que salió de Las Palmas con una “carga” de 1175 kilogramos en total.

Llegaría a la isla de Antigua, en el Caribe, el 8 de marzo de 1970, 73 días y 8 horas después de su salida.


El periódico “El Eco de Canarias” incluye un artículo de Sidney Genders en su edición de 28 de diciembre de 1969. Jable. Hemeroteca Digital de la ULPGC.

Donald Ridler. 1970.

A principios de los años 60 se popularizaron las regatas de veleros de altura en solitario, la primera regata transatlántica se realizó en 1960, la OSTAR.

El barco más grande, el famoso “Gipsy Moth III”, de Sir Francis Chichester tenía 40 pies de eslora, unas dimensiones más que respetables para la época, el segundo barco en llegar fue el “Jester”, de Blondie Hasler, aparejado de junco y de sólo 26 pies de eslora. En 1968 se creó la Golden Globe Race, el primer mítico desafío que completó Sir Robin Knox-Johnston en 313 días. Hasler popularizó el aparejo de junco para navegaciones solitarias.

En aquellos días empezaba a ser común ver en Canarias pequeños barcos tripulados en solitario para cruzar el Atlántico. Con más o menos repercusión en los medios locales, los pequeños yates navegaban entre las islas haciendo normalmente escala en alguna de ellas, aunque en las ocasiones más desafortunadas eran protagonistas de las páginas de sucesos de los rotativos, ya fueran por los rescates o por las menos frecuentes desapariciones.

Entre aquellos intrépidos navegantes encontramos a Donald Ridler, que se autoconstruyó una pequeña embarcación de 26 pies, menos de 8 metros de eslora.

Donald Ridler con su pequeño barco aparejado como un junco chino escribió sus aventuras en un libro “Erik the Red, the Atlantic alone in a home-made boat”, publicación que se encuentra extractada en la página https://www.junkrigassociation.org/.

El barco de Ridler se construyó con madera reciclada durante cuatro años, y costó sólo 165 libras más 90 libras invertidas en equipos. El diseño del barco era de un americano, John Rowland, delineado 20 años atrás, y Ridler le cambio el aparejo bermudiano al de junco chino.



El “Erik the Red”, se hizo con madera de desecho y con una sola herramienta eléctrica, un taladro, eso sí, con un aditamento para corte. Puesto que Ridler no tenía madera adecuada para las cuadernas utilizó contrachapados que unió principalmente con torniquetes (al parecer no tenía muchas trincas, sargentos) y tirafondos de bronce (tampoco tenía dinero para adhesivo). El lastre se hizo de cemento y las velas de algodón, cosidas con la máquina de su madre. Las poleas estaban hechas de viejos aisladores eléctricos o simplemente eran baratas poleas industriales con roldanas de acero. Fotos de la colección de Juan Garrido López.

El coste del viaje se completó con la asombrosa cifra de 50 libras de provisiones, 20 en efectivo y otras 50 en cheques de viaje. El 10 de mayo de 1970 partió de Falmouth con destino a Gibraltar, donde llegó 24 días después y el 16 de septiembre zarparía hacia Las Palmas, donde llego el 26 de septiembre, fondeándose entre otros “locos” navegantes que permanecían en la bahía cerca de la playa de Las Alcaravaneras. El 17 de octubre iniciaría su viaje trasatlántico, no sin antes convivir entre los navegantes y describir, a veces de un modo ácido, la idiosincrasia local.

Entre sus compañeros de fondeadero estaba el artista sueco Hans Christian Heinrich, que en aquella época restauraba la balandra local “Isabelita Betancort” con piezas salvadas de delerrictos o pecios de las inmediaciones. Le comentó a Donald que todo lo que necesitaba, “estaba ahí debajo”, refiriéndose al fondo de la bahía. 



El navegante solitario cosiendo velas sobre su barco, el “Erik the Red”. Al fondo, la playa de Las Alcaravaneras. Foto de la colección de Juan Garrido López.

Donald Ridler completó la travesía del Atlántico llegando a Barbados después de 31 días de navegación.

Unos eran famosos y otros no tanto, navegantes solitarios con nombre y apellidos o héroes anónimos, expertos navegantes a vela, a remo, aventureros o bohemios, muchos hicieron escala en el Puerto de La Luz hacia el no tan Nuevo Mundo, pero en un tiempo en el que hacerlo seguía siendo un reto, toda una proeza digna de elogio. 

Sin sofisticados medios de navegación electrónica, de comunicaciones, de localización por satélite, predicción meteorológica, en embarcaciones de pequeñas esloras en las que apenas cabía lo necesario para comer y beber durante la travesía y sin los equipos de seguridad actuales, ni tan siquiera una balsa salvavidas, parece que sí, que hace 50 años, cruzar el Atlántico no era un juego de niños. 

1 de enero de 2020

Daniel Rodríguez Zaragoza.


Yates privados o de recreo fondeados en la bahía de la playa de Las Alcaravaneras, en el Puerto de La Luz, punto de paso, - y de encuentro y camaradería entre navegantes -, en las travesías trasatlánticas de hace 50 años. Fotos de la colección de Juan Garrido López.

Bibliografía e imágenes.

Jable. Hemeroteca Digital de la ULPGC. Periódico “El Eco de Canarias”.

Colección Juan Garrido López. 

Más información acerca de John Fairfax, Sidney Genders y Donald Ridler puede encontrarse en las páginas:








Comentarios

  1. Hermoso articulo felicidades de un amigo que ha navegado por los canales de Chile hasta cabo de hornos antártica y océano atlántico

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  2. Muchas gracias, me alegro de que le haya gustado. Un saludo!

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