1851. La epidemia de cólera de Gran Canaria y la actuación de Tomás Miller.
Apenas se recuperaba la ciudad de Las Palmas
de Gran Canaria de las epidemias de fiebre amarilla y de la hambruna que
padeció pocos años atrás. A finales de diciembre de 1850 se empezó a extender
una enfermedad en la capital que afectaría a 4000 personas y que los médicos
describirían como escarlatina, aunque hubo personas en la península que
sospecharon que pudiera ser el cólera el origen de las 30 o 40 muertes que al
final produjo la epidemia, no obstante, en los meses siguientes se gozó de una
relativa tranquilidad en las calles de la ciudad.
1849. La vista parcial del Plano de las Islas Canarias realizado por Francisco Coello
y Pascual Madoz, muestra Las Palmas de Gran Canaria en los tiempos de la
epidemia de cólera. Cartoteca del Instituto geográfico Nacional. Ign.es
El 28 de mayo de 1851 una mujer murió en el
barrio de San José, pero los médicos no pudieron determinar que se trataba del
cólera, aunque sí se hablaba de que existía un “andancio” por el barrio.
El día 3 de junio se examinó a una segunda
mujer y los médicos pudieron identificar mejor los síntomas y afirmar que se
trataba del cólera. Las autoridades sanitarias informaron al Gobernador de la Provincia
(en aquel momento comprendía la misma a todas las islas), que con Sede en Santa
Cruz examinó la información declarándose lo siguiente en el Boletín Oficial de
La Provincia de 6 de junio: "La Junta de Sanidad del Distrito de Las
Palmas de Gran Canaria ha puesto en conocimiento de la Superior de la
Provincia, con fecha cinco del actual, que en el barrio de San José de la
Ciudad que lleva aquel nombre, se han presentado algunos casos del cólera morbo
epidémico y en su consecuencia ha acordado esta Junta, entre otras medidas, la
de declarar como patente sucia, todas las procedencias de la isla expresada con
arreglo a lo terminantemente dispuesto en la R.O. de 15 de noviembre de 1848 en
su regla primera y mandar que en ningún puerto de la provincia puedan ser
admitidos las indicadas procedencias de la referida isla de Canaria."
El terror se apoderó de la ciudad, el mismo
día el Ayuntamiento convocó una reunión con los mayores contribuyentes para
ocuparse de los medios a tomar frente a la epidemia, pero sólo concurrieron
unos pocos, - el resto huyeron o buscaron refugio -, don Roberto Hougthon,
Vicecónsul de S.M. Británica, don Tomás Miller, don Santiago Bravo y don
Antonio Vicente González. El Ayuntamiento sólo tenía existentes y disponibles
2.000 reales de vellón, una escasa cantidad de dinero frente al problema que se
le avecinaba. En esa reunión de 6 de junio se crearon Juntas Parroquiales de
Beneficencia.
La lucha contra el cólera empezaba, el
“andancio” pronto pasó de San José a Triana y de ahí al resto de la ciudad (el
9 de junio ya había casos en todos los barrios). En la capital murió aproximadamente
el 40% de la población, los cadáveres se amontonaban y sólo gracias a la
solidaridad y al voluntariado de unos pocos se podía asistir a los enfermos y
enterrar a las personas fallecidas, yendo casi casa por casa en busca de los
cadáveres.
Don Tomás Miller, junto con don Sebastián
Milán y don Andrés Torrens formaron la Junta Parroquial del pago de Tafira
creándose un hospital provisional para los enfermos de Tafira y Marzagán.
Don Tomás Miller. Foto cortesía de
William Miller, tataranieto de Don Tomás.
La Junta Superior de Sanidad de la Provincia acordó
no se admitieran en sus puertos los buques costeros de la pesca del salado que
hubieran salido con posterioridad a la declaración de la epidemia, hasta transcurridos
treinta días del de su salida, y con la condición de que los expresados buques
sufrieran una observación de cinco días después de su arribada.
El Comandante Militar de Marina de la Provincia
dio órdenes, para que se quitase e hiciese poner en tierra los timones de todos
los buques que anclasen en las radas de la isla, a fin de evitar que se fuesen
a otros puertos de las islas. Tanto los barcos dedicados a la pesca del salado,
como los buques de cabotaje y los que hacían la carrera a América, que se
encontraban en la ciudad y en la isla al iniciarse le epidemia quedaron todos
anclados, expuestos a averías en fondeo, sin posibilidad de maniobra, en unos
puertos abiertos en su mayoría a las inclemencias meteorológicas, arruinando en
muchos casos a sus desventurados dueños.
La isla se incomunicó, y el único intercambio
se realizaba a través de un barco correo que hacía escala en Agaete cada semana
y media aproximadamente. Escaseaban todos los productos, entre ellos el tabaco
(de especial importancia en la época, le gente fumaba yerbas o paja), los
comercios cerraron, no se pudieron exportar y se arruinaron los cereales y
frutos almacenados y faltó mano de obra en la agricultura, y los obreros y los
marinos se quedaron ociosos sin poder trabajar. El ejercito tuvo que salir a la
calle para evitar los altercados en una ciudad en la que aumentaba la miseria.
Las cartas que se enviaban a Tenerife, a
través del barco correo citado que iba a Agaete, se trataban con un
rocambolesco procedimiento en el cual se metían en una balsa con vinagre, se
disolvían los sobres y se ensartaban, ya abiertas, y se ponían a secar antes de
entregarse al barco, aunque muchas de ellas, llegados a ese punto, ya estaban
ilegibles.
El 5 de agosto, pasado lo peor de la crisis,
se establecieron 19 medidas en la ciudad de Las Palmas para que no se
reprodujera la epidemia, entre estas estaban la fumigación, el blanqueo y
pintado de las casas; quemar la paja de los colchones; destruir las casas de
piedra seca y los “cuevachos”; la limpieza de cloacas: la prohibición de
mantener la basura en las casas y los depósitos de estiércol dentro de la
ciudad; la prohibición de la cría de cerdos en la ciudad; la limpieza de
caballerizas y establos; la creación de letrinas en las casas que no tenían; la
prohibición de arrojar aguas sucias a las calles; el barrido de las calles los
martes y sábados; restricciones a la venta de frutas, verduras y pescado, y también
en la matanza de animales; y por último que “los pobres de solemnidad que no
sean de la población saldrán inmediatamente con los suyos.”
En 3 de diciembre de 1851, por fin, ordenó el
ministro de la Gobernación la admisión a libre plática, en todos los puertos de
la Península y Canarias, a las procedencias de la isla de Canaria, después de estar
sujetas a una observación de ocho días, durante los cuales recomendaban las
Juntas de Sanidad que se ventilasen debidamente los equipajes de pasajeros y
demás efectos contumaces que condujeran, que no se admitieran ropas sucias y
que se prohibiera toda clase de desembarco por las costas, no sin antes haber
sufrido los buques la mencionada observación en uno de las puertos
correspondientes, en definitiva, un procedimiento farragoso pero al menos ya se
podía comerciar. A fines de febrero de 1852 fueron suspendidas estas
precauciones y se pudieron establecer comunicaciones y el comercio sin
restricciones a y para los puertos insulares y peninsulares. La tardanza en
levantar las medidas de aislamiento generó muchas críticas y avivó el pleito
insular, puesto que el Gobierno de la Provincia de Canarias se hallaba en
Tenerife y se les acusó de cierta desidia o interés en postergar o aplazar las
medidas citadas.
Respecto al origen de la epidemia existían
dos teorías, la que afirmaba que el mal lo trajo un barco de la carrera de La
Habana, el “Trueno”1, en el que habían muerto 2 de los 150 pasajeros
que transportaba, produciéndose el contagio a través de las sábanas y ropas
sucias e infectadas, - manchadas con vómitos -, que se lavaron en San José por
lavanderas o que se entregaron a la familia de uno de los difuntos, en Telde, (al
parecer Aduanas mandó sacar de sus dependencias las citadas pertenencias debido
al mar olor que desprendían, sin controlarlas). La Autoridad Sanitaria, aunque
el barco venía de la Habana donde se tenía la constancia de la existencia de
colera, no consideró la cuarentena, dándole libre entrada al barco puesto que
el resto del pasaje estaba sano.
La segunda teoría atribuía la introducción
del cólera a los barcos que desde Canarias iban a pescar a la Costa de África trayendo
a esta isla su pesca en salazón y a la supuesta temeridad e imprudencia de sus
tripulantes que desembarcaban en aquellas tierras, en las que se desarrollaba
la enfermedad, aunque no sabía muy bien quién contagiaba a quién, si los
canarios a los moros, o viceversa.
Al parecer un pesquero llamado “El Cuervo”
partió a finales de mayo con un tripulante enfermo desde Las Palmas (que se
supone que se contagió en la Costa en un viaje anterior), marinero que al final
propagó la enfermedad a todos sus compañeros, y a una persona en el barrio de
San José y posteriormente, como otros barcos se prestaron a auxiliarlos, - sin
saber los peligros que la enfermedad representaba -, se infectaron
sucesivamente sus tripulaciones, entre ellas la del “Federico”.
La tripulación del pesquero “Telémaco”2
no se infectó en un primer momento por el contacto con el pesquero “El Cuervo”,
y ya de vuelta de la Costa, al denegarse su entrada en el puerto de Santa Cruz
de Tenerife (ver imagen a continuación), y al final admitirse el fondeo en Las
Palmas, hizo aguada en este último puerto, lo que produjo el contagio de su
tripulación a través del agua.
Boletín Oficial de Canarias de fecha 4 de
julio de 1851. El Gobernador de la Provincia, no sólo ordenó la retirada de
todos los timones de los barcos de Gran Canaria como se comentó anteriormente,
además, en contra del criterio de la Junta Provincial de Sanidad, impidió
personalmente, embarcado en el bote de Sanidad, que el “Telémaco” descargara
pescado en Santa Cruz de Tenerife. Jable. Hemeroteca Digital de la Universidad
de Las Palmas de Gran Canaria.
En el caso del bergantín goleta “El Rosario”
parece que el contagio se produjo con infestados en Las Palmas. Se publicó una
circular en el Boletín Oficial de La Provincia, textualmente: "El 30 de
mayo último, es decir, seis días antes de la declaración del cólera, salió de
Las Palmas para la Costa el bergantín goleta nombrado "El Rosario";
su patrón Jerónimo González llevaba a su bordo 46 tripulantes. Dicho buque
acaba de ser despedido de esta capital por haber manifestado el citado patrón
que han muerto a bordo cinco hombres y lleva algunos convalecientes. Lo que he
dispuesto se inserte en el B.O. para conocimiento del público, previniendo a
las Juntas de Sanidad de la Provincia que, por ningún caso ni motivo, admitan
en sus puertos y radas al insinuado buque debiendo todos los alcaldes acusarme
recibo de la presente circular. Santa Cruz de Tenerife, 2 de julio de 1851.
Antonio Halleg.”
De la población de la isla de Gran Canaria,
58946 personas, murieron 5599, casi un diez por ciento.
Don Tomas Miller, que ya
era un contribuyente principal del consistorio, colaboró activamente en la
creación de las Juntas Parroquiales al principio de la crisis y lideró una de
aquellas entidades, vivió la peor cara de la epidemia en su familia, a la que
mandó aislar en una casa de Tafira cuando se produjo la declaración de la
epidemia. Entre el 20 y el 22 de junio murió su mujer, María de Vasconcellos, -
de sólo 36 años de edad -, y cuatro de sus hijos, salvándose sólo su hija
pequeña Eliza, de apenas cuatro años edad, que al encontrarla se arrastraba
entre la desolación y los cadáveres. El empresario
escocés afincado en Las Palmas, rehízo su vida, se casó de nuevo, y su familia siguió
con los negocios en la ciudad y su nieto, Mr. Gerald o mejor don Gerardo
Miller, lideró la casa Miller, de fuerte repercusión y peso en la vida
portuaria del Puerto de La Luz hasta el último cuarto del siglo XX.
Daniel Rodríguez Zaragoza.
02/04/2020.
Agradecimientos.
A William Miller, tataranieto de don
Tomás Miller, que en la actualidad trabaja activamente en el proyecto de crear,
en el Edificio Miller, en su planta alta, un museo relacionado con la “Casa”,
sus actividades y en general con la historia del Puerto de La Luz con especial
mención a sus gentes, a los trabajadores y personas que participaron en el
crecimiento del mismo desde su creación, a finales del siglo XIX. Las
instalaciones propuestas no interferirían con los usos a los que se destina el
espacio Miller, como pueden ser los eventos relacionados con el carnaval. Desde
el blog Apuntes de la Historia Marítima de Canarias le deseamos éxito en su
empresa y colaboraremos en lo que podamos ayudar en tan interesante iniciativa.
Nota 1: El bergantín “Trueno”,
era propiedad de don Rafael Romero, y se construyó y matriculó en 1846 en Las
Palmas. Tenía el folio 10 de la primera lista de la matrícula de Las Palmas,
barcos de navegación de altura y sus dimensiones eran las siguientes, 92 pies
de burgos de eslora, 25 ½ de manga de construcción y 12 de puntal, con 206 ½
toneladas de arqueo.
Vista parcial de la
hoja de asiento del bergantín “Trueno”, sospechoso de haber introducido el cólera
en Las Palmas en 1851. Archivos de la Capitanía Marítima en Las Palmas.
En 1850 su capitán era Manuel
Álvarez, aunque en abril de 1853 estaba al mando José Romero, se subastó una
primera vez en 1861 por un litigio de una sociedad de Valencia, Cruz y Cía,
contra el capitán (muelle de Travieso, 21 de enero de 1861, a las 12 horas, por
7044 pesos y 40 centavos), y el 30 de octubre de 1862 se subastaba nuevamente con
su velamen, jarcia, etc., juntos o separados del casco, por lo que es de
imaginar que sufrió un accidente que afectó a su estado. En 1864 se dio de baja
en el registro de buques por inútil en La Habana.
Nota 2: El bergantín goleta
“Telémaco” se matriculó en 1846 con el folio 14 de la tercera lista de la
matrícula de Las Palmas, su constructor fue Antonio Cabrera, y se completó en
los astilleros de San Telmo. Tenía 19.32 metros de eslora, 5.86 metros de manga
y 2.22 metros de puntal, con 44.02 toneladas de registro bruto, fue un barco
longevo que se matriculó en el siglo XX en la lista segunda de cabotaje y que
acabó su vida marinera protagonizando una de las historias más conocidas de la
emigración canaria a Venezuela.
Bibliografía.
Historia de la Medicina en Gran
Canaria. Juan Bosch Millares. Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de Gran
Canaria. 1967. Depósito Legal G.C.: 112-1967.
Saga Canaria. La familia Miller
en Las Palmas. 1824 – 1900. Basil Miller. Traducción: María Dolores de la Fe.
Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. 1994. ISBN 84-8103-44-9.
Depósito Legal: M 9.922-1994.
Plano de Las Islas Canarias.
1849. Realizado por el Teniente Coronel, Capitán de Ingenieros D. Francisco
Coello; aumentando con notas estadísticas e históricas por el autor del
Diccionario Geográfico Pascual Madoz; grabado en Madrid bajo la dirección de
Juan Noguera. Cartoteca
del Instituto geográfico Nacional. Ign.es
Veleros en el Tráfico Marítimo con Cuba. Lino
J. Pazos. Damaré Edicions. Depósito Legal: PO 483-2016.
Archivos de la Capitanía Marítima
en Las Palmas.
Jable. Hemeroteca digital de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Otro excelente artículo muy a propósito de las pandemias y epidemias que nos amplia nuestro conocimiento de las islas. La pesca en la Costa de África era, casi siempre, la culpable de las enfermedades que llegan al Archipiélago, pero se le perdonaba porque suministraba proteína buena, bonita, barata. Dudo muchísimo que en esta época y anteriormente los pescadores estuvieran en contacto con las poblaciones del litoral continental al extremo de transmitir enfermedades. La lucha contra la enfermedad fue titánica y el papel de los Miller fue igual que unos canarios más, al extremo que esta familia como algunas foráneas más, entre ella los Hamilton tinerfeños, no eran extranjeros, formaban parte de la sociedad isleña.
ResponderEliminarMuchas gracias Álvaro por tu interesante aportación. Un saludo!
Eliminar